NO SOMOS QUIENES CREEMOS SER, por Paulette Guardia
Una luz azul tenue alumbra muy sutilmente a un cuerpo desnudo tirado en el piso.
Es un cuerpo femenino físicamente esculpido, cubierto en escarcha, pero no tiene rostro; un cuerpo y una máscara blanca.
Pude sentir la libertad corpórea de la bailarina, despojada de los accesorios sin valor, fluyendo a través de un solo movimiento infinito sin pausas bipolares. Defino su danza como una corriente eléctrica de alto voltaje, que poseía a su cuerpo por medio de reacciones que parecían estímulos involuntarios.
De pie, se aprecia cómo se abre y cierra la caja torácica al ritmo de una respiración agitada y un meñique atento como una antena tiembla. Su cuerpo es una sola fascia muscular activa.
Detrás de esa máscara puede haber una persona. Quizás es un intento de alguien tratando de recordarnos que no somos quienes creemos ser. Que debemos aprender a dar la cara a nuestro propio ser.
UN CONCIERTO SOBRE LA VIDA, por Alex Mariscal
Las gradas de la sala se fueron llenando bajo el sonido de jazz, guitarra, piano y percusión que interactuaba como solistas sobre un coro dodecafónico de susurros, comentarios, y el casi imperceptible tecleo de los “chateadores”, y a veces rupturas de estornudos. Al frente, un espacio semioscuro indefinido y empecinados pulidores del piso. Un alto-parlante rompió la inercia y todos fueron aquietándose, luego el silencio y el oscuro total.
En trío de lámparas en cenital bañaron con añiles el cuerpo casi desnudo de una fémina, porque vestía una máscara blanca y neutra y estaba cubierta de una sustancia gelatinosa y escarchas. El personaje de la mujer tendida sobre el suelo, en diagonal a la izquierda del escenario, es interpretado por la bailarina y coreógrafa Francesca Perrucci en colaboración con Gustavo Monteiro, fundadores de ‘Sekoia – Artes Performativas’, ambos graduados del SEAD (Salzburg Experimental Academy of Dance) en el año 2014.
Si volvemos la vista al escenario, la mujer despega suavemente la cabeza del suelo, vuelve a posarla, este movimiento se repite varias veces, luego acciona la articulación de su hombre izquierdo y genera un repiqueteo sobre cada musculo de esa área. El efecto me trajo el recuerdo de los músicos cuando repasan el teclado de sus instrumentos o simplemente digitan las llaves o las cuerdas de sus aparatos expresivos, se puede percibir cada llave o tecla retorciéndose golpeando como estertores articulados del sistema del instrumento, en el caso del cuerpo de la bailarina cada músculo aparece, sube y baja al tiempo que activa una energía que se desemboca en la máscara que se convierte en esa campana, en ese diapasón que amplifica los registros de una tonalidad de todas las sensorialidades orgánicas: alegrías, expectación, soledad, angustia.
La reseña en el programa, enfatiza el concepto del teatro griego, el objeto “mask”, que en griego “significa persona” y que deriva en occidente en personaje. La máscara cuando es bien utilizada adquiere y expresa con mucha fuerza los impulsos expresivos del cuerpo actante. Francesca fue activando todo el registro sonoro de su muscularidad, sistema orgánico afinado con rigor y disciplina, y en ese desplazamiento en el que dibuja un cuadro sobre la escena ejecuta con maestría sobre sí todas las llaves existentes en la ejecutante. Escuché a una joven estudiante de baile, “wow, esa mujer tiene un dominio extraordinario de todos sus músculos y articulaciones”. El final es angustiante, es la unidad emocional que transmite, incluso una espectadora lloraba, y me hace lanzar la pregunta, ese breve pero intenso viaje qué quería transmitirnos. El recorrido del ser humano desde el origen y su retorno al inicio. Definitivamente un concierto contemporáneo sobre la vida, sobre la persona, y su desprendimiento, pero también de la experiencia humana. Quizás solo nos saludaba desde la representación de otra ella, y mañana utilice otra máscara.